ANTE LA CRISIS Y TANTAS PERDIDAS, SOLIDARIDAD
Ante la crisis, solidaridad
Miércoles, 03 de
Octubre de 2012
Ante todo, invitamos a la fe: a los creyentes,
para que la renueven y se llenen de la alegría que ella produce; pero también,
a los vacilantes, a los que piensan haber perdido la fe y a los que no la
tienen. Invitamos a todos a acoger el don de la fe,
porque en el origen de la crisis hay una crisis de fe.
Invitamos también a la caridad. “La fe sin
la caridad no da fruto y la caridad sin la fe sería un sentimiento
constantemente a merced de la duda” (Porta
fidei, 14). En efecto, la caridad no se reduce a un mero
sentimiento voluble; es más bien una voluntad que, iluminada por la fe, se
adhiere al amor a Dios y al prójimo de modo constante, razonable y desprendido
hasta la entrega de la propia vida, si fuera necesario. La caridad se expresa
de muchos modos respecto del prójimo, porque abarca todas las dimensiones de la
vida: la personal, la familiar, la social, la económica y la política.
Terminamos invitando a la esperanza. Es comprensible que, ante la acumulación de
sacrificios y problemas, algunos se sientan tentados de abandonar el espíritu
de superación y de sucumbir al pesimismo. Pensamos que, gracias a Dios, son
muchos los que resisten a la tentación de culpar sólo a los otros o de la
protesta fácil. La conversión nos ayuda a mirar hacia lo que podemos y debemos
cambiar en nuestra propia vida. La
crisis puede ser también una ocasión para la tarea apasionante de mejorar
nuestras costumbres y de ir adoptando un estilo de vida más responsable del
bien de la familia, de los vecinos y de la comunidad política. La virtud
teologal de la esperanza alimenta las esperanzas humanas de mejorar, de no
ceder al desaliento. Quien espera la vida eterna, porque ya goza de
ella por adelantado en la fe y los sacramentos, nunca se cansa de volver a
empezar en los caminos de la propia historia.
La comunidad cristiana quiere y
debe ser un signo de esperanza. Todos hemos de dar en nuestra vida signos de
esperanza para los demás, por pequeños que sean. Hoy deseamos pedir a quien corresponda que se dé un signo de esperanza a
las familias que no pueden hacer frente al pago de sus viviendas y son
desahuciadas. Es urgente encontrar soluciones que permitan a esas familias -
igual que se ha hecho con otras instituciones sociales - hacer frente a sus
deudas sin tener que verse en la calle. No es justo que, en una situación como
la presente, resulte tan gravemente comprometido el ejercicio del derecho
básico de una familia a disponer de una vivienda. Sería un signo de
esperanza para las personas afectadas. Y
sería también un signo de que las políticas de protección a la familia empiezan
por fin a enderezarse. Sin la familia, sin la protección del matrimonio y de la
natalidad, no habrá salida duradera de la crisis. Así lo pone de manifiesto el
ejemplo admirable de solidaridad de tantas familias en las que abuelos, hijos y
nietos se ayudan a salir adelante como solo es posible hacerlo en el seno de
una familia estable y sana.
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